martes, 13 de noviembre de 2007

Ejercicio nº 6

Aquí tenéis el siguiente ejercicio del curso.
En esta ocasión se trataba de reinventar la fábula del cuervo, la zorra y el queso.
Otra vez, inspiración la justa. Cuando se me encorseta de esta manera, encuentro difícil expresarme como me gustaría y transmitir algo al lector.
Vuestras opiniones son bienvenidas, como siempre, pero reitero mi petición de que no me juzguéis por estos ejercicios semanales.... :S
Un besote!

El cuervo llevaba días vigilando la madriguera de la ardilla, que semana tras semana se iba llenando con todo tipo de víveres que el animalito estaba recolectando para poder sobrevivir en el frío invierno. El cuervo se relamía, oculto entre el follaje de los árboles, y reía para sí, pensando en el festín gratuito que se iba a dar en cuanto el pequeño roedor se despistara.
Llegó por fin la mañana en que la inocente criatura, creyendo haber almacenado suficiente comida para todo el invierno, decidió salir a dar una vuelta con sus pequeñines, momento que aprovechó el ave para colarse en el agujero y robar un pedazo de queso que guardó en su pico para transportarlo lo más lejos posible del lugar del delito.
Cuando llegó a un lugar suficientemente tranquilo, se posó en la rama de un frondoso pino y, justo cuando se disponía a depositar su mercancía en una de las ramas más anchas para poder deleitarse en el fruto de su hazaña, oyó una voz que le llamaba desde el suelo.
Aterrado ante la posibilidad de que pudiera tratarse de la ardilla reclamando lo que era suyo, el cuervo mantuvo el pico bien cerrado y miró hacia abajo. Pero lo que allí encontró no fue una ardilla, sino un pequeño zorro rojizo, que le decía con voz melosa:
-¡Buenos días, señor cuervo!¡Qué hermoso estáis hoy! ¡Destacáis sin duda sobre todas las demás aves de este bosque!¡En mi vida he visto plumaje tan brillante como el suyo!
El cuervo callaba, guardando celosamente en el pico su preciada mercancía.
- Me juego la pata trasera - continuó el zorro- a que vuestro canto también supera con creces el de cualquier otro pájaro de los alrededores.
Ante tanta adulación el cuervo fue incapaz de contenerse y se dispuso a demostrar la belleza de su voz con una serie de graznidos. Pero hete aquí que los halagos le habían nublado el entendimiento y el tesoro que había guardado con tanto mimo en la boca, cayó directamente a los pies del astuto zorro que, agarrando el suculento manjar con un rápido movimiento de su zarpa, emprendió la huida mientras gritaba:
-¡Ay de tí, ladronzuelo inexperto! ¡Harás bien en no volver a confiar en los halagos gratuitos de nadie!

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