I was thinking about... faraway places
"La tarde era seca y los pistacheros estaban cubiertos por una pelusa rosada"
Recuerdo que mi padre me contó hace tiempo que una compañera suya, casada con un libanés, le había hablado de lo llamativo que resulta caminar por un campo de pistachos y escuchar sus chasquidos al abrirse. Desde entonces, siempre que como pistachos me acuerdo y pienso en cómo puede ser ese ruido que probablemente a la gente de la zona le parezca totalmente anodino. Me imagino que debe sonar como el crujido de la tierra. Un crujido suave, tenue, como para decirnos que sí, que está viva, que sigue con nosotros.
Sinceramente, no tengo ni idea del aspecto que tiene un pistachero. No sé si es un árbol, un arbusto o de qué color tiene las hojas. Podría buscarlo en google, por no desentonar con estos tiempos modernos, digo, pero la verdad es que prefiero mi imagen mental a las 100.000 que puedan aparecer 0,002 segundos después de que yo pulse Intro.
La frase que he puesto al principio está sacada del libro "La roca de Tanios" de Amin Maalouf. La he leído esta mañana al salir del metro y se me ha quedado grabada pero luego al intentar volver a encontrarla, ya en casa, me ha sido imposible, así que la he puesto más o menos como la recuerdo.
¿Quién puede no querer ir a un lugar donde los pistacheros están cubiertos de pelusa rosada? Si no os parece sugerente o pensáis que es una mariconada, podéis dejar de leer esto, porque pienso seguir divagando sobre el tema durante un rato.
Resulta que llevaba un tiempo con pocas ganas de leer, en general. Imagino que debido al estudio, me he ido aficionando a series y demás y los libros se han ido quedando un poco de lado. Si acaso, de vez en cuando, me animaba con algún ensayo (nada sesudo, simplemente me refiero a obras de no ficción). Y la verdad es que no sé por qué había dejado de apetecerme la ficción. El caso es que fue estudiando, precisamente, como me volvieron las ganas de leer novela. En mi oposición hay un par de temas dedicados a la Literatura y, claro, me picó el gusanillo. Así que empecé a rescatar libros pendientes y los metí en la bandolera, para el metro. Fueron cayendo uno tras otro y volví a recuperar esa parte de mí que lee y disfruta haciéndolo casi más que con cualquier otra cosa.
Esa sensación ha llegado a su punto álgido con el señor Maalouf. He terminado hace unos días "El viaje de Baldassare" y he sido tan feliz mientras lo leía, que enseguida he empezado otro libro del mismo autor, del cual he sacado la cita.
"El viaje de Baldassare" fue publicado en 2000, fecha importante en cuanto a su simbología, y relata un viaje que tiene lugar en el año 1666, importante también porque se creía que sería el año del fin del mundo, el Año de la Bestia. Y resulta que no lo fue. Y que la gente siguió amando, peleando, rezando y sufriendo como hasta entonces. Maalouf transmite de una manera magistral el ambiente de esa época y la mentalidad curiosa de su protagonista que, sin juzgar a nadie, traza en su diario un retrato perfecto del mundo durante aquel año: gente que emprende viajes sin saber cuánto van a durar, amores que nacen pasionales y luego son superados por las circunstancias. Incendios. Judíos, árabes, cristianos. Idiomas que se mezclan para convertirse en un idioma común inclasificable e imposible de analizar pero que permite la comunicación mejor que cualquier lengua pura. Comidas, olores, sabores. Cuando se acaba el libro, uno se niega a creer que lo que ha leído no son las palabras de Baldassare, sino de un filántropo libanés inmensamente sabio que ha tenido la generosidad de compartir su experiencia y conocimientos a través de un libro aparentemente sencillo pero inmensamente revelador.
Y claro que tengo ganas de ir a Líbano, a Gibeleto, a Kfaryabda, a cualquier sitio, ficticio o no, donde se escuche el chasquido de los pistachos y se pueda ver esa pelusa rosa que tanto me intriga. Tengo ganas de conocer la cultura de un país que hasta hace poco ni siquiera era capaz de situar en el mapa y que hoy en día me parece que tiene que ser la tierra de las mil maravillas. Y si es eso lo que se consigue con un libro, con una sucesión de palabras impresas sobre papel común que abren caminos entre países hasta entonces inimaginados, entonces yo quiero ser escritora. Quiero ser como Amin.
jueves, 17 de marzo de 2011
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